En busca de la identidad

La cuestión de la identidad no ha sido casi atendida por la crítica y la historiografía de la arquitectura moderna, y tampoco han sido frecuentes los arquitectos que han recurrido abiertamente a ella para explicar sus motivaciones o preocupaciones. Podríamos decir que la identidad, un asunto crucial y en muchas ocasiones desenmascarademente polémico en nuestras sociedades, es poco menos que un tabú en la arquitectura contemporánea.

En la primavera de 2002, muy poco después de abrirse el siglo XXI, Rem Koolhaas publicó «Junkspace» en un número que la revista October dedicó nada menos que a la «obsolescencia». Después del momento dorado experimentado por la arquitectura al final del
siglo XX, el «espacio basura» criticaba una pérdida completa, global y unísona de la identidad y evidenciaba los consecuentes aplanamiento, simulación y mercantilización de la arquitectura. Las corrientes posteriores que han dominado la escena del siglo, aún con comprometida voluntad positiva, aumentaron la uniformización de la arquitectura: la sostenibilidad, la resiliencia, la admiración pospandémica por lo agrario ―agitada por el mismo Koolhaas en su exposición «Countryside, The Future» (Guggenheim New York, 1921)― han sumado motivos de concurrencia al pensamiento y la práctica arquitectónicos. Pareciera que «Junkspace», en lugar de ser una denuncia, se hubiera convertido en una profecía autocumplida para la arquitectura del resto del siglo.
Sin embargo, la arquitectura encierra un significado espacial y utiliza una técnica simbólica.
Es un medio que ha respondido con eficacia, a través de la historia, a las preguntas de quiénes somos, dónde nos encontramos y cómo debe ser el futuro en el que intervenimos. Las respuestas nunca fueron neutras, sino singulares, múltiples, contrastables y confrontables. Es imposible nombrar a todos los autores y arquitectos que dedicaron su obra a formular esas y otras preguntas e identificar respuestas. Christian Norberg-Schulz («Meaning in Western Architecture», 1974, «Genius Loci», 1979) reclamó una lectura existencial del lugar y confiaba en la capacidad de la arquitectura para mostrar el «espíritu del sitio». Alexander Tzonis y Liane Lefaivre en 1981, y después Kenneth Frampton, expresaron, con el concepto «regionalismo crítico», una reacción contra el no-lugar de la posmodernidad.
Juhani Pallasmaa («The Eyes of the Skin», 1996) añadió la experiencia multisensorial a la identidad, en la cual debían participar por igual el espacio y el cuerpo. Las obras de Carlo Scarpa (Tumba Brion, 1968-78) o Tadao Ando (Iglesia de la Luz, 1988-89) ejemplifican bien las cualidades identitarias de «atmósfera», topografía, memoria cultural y presencia corporal.
La identidad política puede imponerse, ocultarse o defenderse a través de la arquitectura. Para Eyal Weizman («Hollow Land», 2007), «Architecture is the medium through which politics materialize». Lina Bo Bardi (SESC Pompeia, 1977-86), Zaha Hadid (proyectos no
construidos anteriores a 1993) y Daniel Libeskind (Jewish Museum Berlin, 2001) son algunos de los arquitectos que construyeron o propusieron elocuentes identidades políticas a través de la definición, orientación y finalidad del entorno construido.
La arquitectura puede articular dimensiones íntimas, autobiográficas y autoafirmativas de la identidad. El artista Félix González-Torres («Untitled», 1991) y después las artistas Rachel Whiteread («House», 1993) y Tracey Emin («My Bed», 1998) expresaron intensamente su identidad, ausencias y memorias, a través de lugares domésticos, aparentemente desatendidos. Arquitectos como Álvaro Siza (Cafetería Boa Nova, 1959-63), Diébédo Francis Kéré (Escuela infantil Gando, 1999-2001) o Peter Zumthor (Museo de
la Mina de Zinc Allmannajuvet, 2002-16) han fundado parte de su producción en la memoria, origen, lugares y materiales de sus biografías.
Aldo Rossi y Carlo Aymonino (Viviendas Gallaratese, 1972), Lebbeus Woods (The Sarajevo window, 1994), David Adjaye y Philip Freelon (National Museum of African American History and Culture, 2012-16) no solo han expresado la identidad proveniente de la
historia, sino que han añadido conscientemente capas de significado para reafirmarla o reescribirla.
La comunidad, la organización y movilidad de la sociedad, los géneros y la demografía como constructores de identidad en la arquitectura han importado a Leslie Kanes Weisman («Discrimination by Design», 1992), quien alertó de que la arquitectura podía reforzar los sesgos de género, Deanna van Buren («Designing for Abolition», 2025), para quien la arquitectura puede cooperar a la restauración de un orden social más justo en las actuales transiciones demográficas, o Forensic Architecture («The Index of Repression», 2025, en curso). Ya antes habían importado a Jane Jacobs, para quien «cities have the capability of providing something for everybody, only because, and only when, they are created by everybody» («Death and Life of Great American Cities», 1961).
No es solo un «problema» del presente. La identidad, la intimidad esencial de la producción arquitectónica, es inseparable del comienzo de la modernidad. La frase de Le Corbusier «la casa es una máquina de habitar» es tan poderosa como afirmación de identidad que como inauguración propagandística de la modernidad («Vers une Architecture», 1923). Casi al mismo tiempo, aunque en un plano más especulativo, Mies van der Rohe expresó con claridad que «la Arquitectura es la voluntad de una época trasladada al espacio». Utilizó el modo alemán zeitgeits, es decir, la identidad colectiva, el espíritu que atañe a todos ahora («Baukunst und Zeitwille», 1924).
Enfrentamos la búsqueda de la identidad, sin saber sobre qué, como una necesidad interna, no solo nuestra, sino de la arquitectura. Sin ninguna convicción, pero con la sospecha de que la identidad no es singular ni estable, tampoco en la arquitectura. Nuestra tarea deberá relacionarse con la diferencia, el conflicto y la multiplicidad, como medios para hallar una respuesta singular, para articular
nuestra identidad. Doreen Massey sugiere que el trabajo de búsqueda de la identidad es interminable: «the identity of a place is not something fixed, but rather a set of relations and meanings continually negotiated»

(«For Space», 2005). Es precisamente esa inagotabilidad la que lo hace tan inaplazable como liberador.

Juan Coll-Barreu

Ejercicio
Madrid es el laboratorio permanente de esta Unidad Docente. La ciudad de la que forma parte la Escuela de Arquitectura de Madrid proporciona el dinamismo y las situaciones necesarias para evaluar los problemas contemporáneos y nuestra incidencia sobre el entorno. Madrid acogerá la reflexión sobre la identidad en una ubicación central con múltiples posibilidades de trabajo, alineamiento y transformación.

 

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