Viajar ligero

Viajar ligero es salir con lo mínimo. Llegar discretamente a un lugar, cualquiera, y abrir bien los ojos para hacerlo
propio. La ligereza está fundada en la ética del viajero. Llamar la atención lo menos posible. Ver sin ser visto.
Es cierto que naturaleza de la arquitectura es gravitatoria, pero es posible matizarla y puede resolverse con una
huella leve, pero lo suficientemente firme para construir lugares, espacios, y usos, o dejarse incompleta y abierta a
apropiaciones y transformaciones. “La ligereza es más bien una forma de cortesía”* y puede asociarse a la determinación, a la precisión, a la rapidez, o a la persistencia de los valores depositados en las huellas más tenues y
sutiles, y “en la percepción de lo infinitamente minúsculo, móvil, leve”.

Podríamos referirnos a la ligereza cuando se confía la obra de arquitectura a un detalle aparentemente insignificante, aparentemente sin peso, sin importancia, pero que le da unidad y significado concreto. La ligereza también es la renuncia a la consistencia material de las formas, potenciando por un lado su ingravidez, y por otro su incertidumbre. “Significa considerar el material desde un punto de vista económico y, por lo tanto, rendir homenaje a su eficacia. Es un enfoque directo y pragmático, que expresa el sistema constructivo. Pero, a fuerza de ser ligera, esta arquitectura “más vaga y más soluble en el aire, sin nada en ella que pese o posea” correría el riesgo de evaporarse, o de desaparecer; será la escala humana y su uso el que ayudará a esta arquitectura ‘a poner los pies en la tierra’. La ligereza es, sobre todo, no olvidar cómo las ciencias combinadas del espacio y la construcción pueden ofrecer ‘extensiones’ mentales a nuestro envoltorio corporal”.*

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